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Metamorfosis

 

 El nido se le hacía cada vez más pequeño. Las alas se le estaban atrofiando. El resto de pájaros le contaban de rutas donde el sol ardía dándoles vida. Y deseaba emprender el camino…

No sabía a dónde ni cuáles serían sus compañeros de viaje, pero necesitaba extender sus alas, aunque fuera por última vez.  Y empezó a probar. Cada día realizaba un vuelo un poquito más largo. Subía, bajaba, hacía piruetas… quería estar bien preparado para ese vuelo sin retorno.

 Sin embargo, empezó a notar que, conforme se alejaba del nido, los colores de sus plumas se iban difuminando. Parecía que necesitara los pequeños brotes de su árbol para pintarlas. Eso le hizo pensar.

  Un atardecer, aprovechando que el sol empezaba a ponerse, se acercó a él y le preguntó

—¿Por qué al salir en tu busca pierdo el color de mis alas? Quiero encontrarte en ese lugar donde más brillas y tu luz otorga la vida plena.

 El sol entendió la angustia del pájaro, pero solo pudo contestarle

—Tienes que elegir entre la policromía mate de tu nido o la brillante ausencia de color que tendrás lejos de él.

 Era una elección difícil, ilógica y, sobre todo, injusta. No podía ni quería renunciar a la luz ni al color, así que siguió entrenando su vuelo mientras maduraba su decisión.

  Una mañana al despertar notó que se habían produjo cambios en él: no tenía alas. ¡Dios! ¿cómo podría volar entonces?, ¿cómo iba a llegar a la tierra con la que soñaba? Su cuerpo también era distinto, había variado la tonalidad de su piel, se había alargado y ahora tenía unas patitas cortas, que hacían que sus movimientos fueran lentos, aunque vio que precisos.

 Así que tuvo que aprender a vivir su nueva vida. Descubrió que una gota de agua podía ser la visión más bella porque reflejaba la luz de un modo especial, pero también podía ser la muerte si caía con fuerza sobre su ahora más débil cuerpo.

Aprendió humildemente a admirar el color de las flores que antes había mirado desde arriba con altivez, y a disfrutar el olor de la hierba fresca y las buenas sensaciones que le

provocaba.

Jamás volvió, a pesar de nunca haberse ido.  Muchos pensaron que el pajarito se había marchado y había caído en el camino. Solo algunos creyeron reconocerlo en ese animal curioso que, sin contar quién era ni de dónde venía, apareció de pronto en el bosque y cada mañana susurraba algo parecido a un canto cuando el sol asomaba al alba.

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