Mis relatos

Ciento veinte segundos

RELATO GANADOR CON EL PRIMER PREMIO EX AEQUO EN EL CONCURSO PALABRAS CONTRA EL VIRUS CONVOCADO POR LA ASOCIACIÓN DE CREADORES Y ARTISTAS PALIN

 

Ya son las siete. Oigo moverse el ascensor. Va a ser Ella. Sí. Estoy seguro. Por la hora, solo puede ser Ella. Sube. Se detiene en este piso y suena el repiqueteo de sus tacones en el descansillo. Me asomo directamente por la mirilla para asegurarme de que es Ella y la veo. Hoy viene vestida de gris y creo que, cuando salió de mañana, esperaba tener un día duro porque lleva sus zapatos rojos. Después de tanto tiempo contemplándola y analizando su carácter desde la distancia, ya sé que hay días en que necesita ese refuerzo. Bueno, en realidad, la oí una vez decir a alguien por teléfono que «el mundo se ve mejor desde unos tacones rojos».

En estos momentos, para Ella, más que para los demás, todos los días son duros. Del hospital a casa y de casa al hospital, codo con codo con el dolor y la muerte. ¡Quién dice que algún día no sea la suya propia!

¡Cómo me gustaría aliviarle ese peso! Pero Ella solo sabe que soy su vecino de enfrente; el que muchas veces se hace el encontradizo cuando viene o cuando se va; el que aprovecha para sacar al perro cuando la oye marchar y así poder compartir con Ella los ciento veinte segundos que tarda en bajar el ascensor. Lo tengo medido, son los mejores segundos de cada día de confinamiento. Es difícil mantener la distancia recomendada dentro de un ascensor, sin embargo, me permite bajar a su lado. La primera vez intentó que no lo hiciera y, como no lo consiguió, ya no me dice nada. Me saluda con una sonrisa y bajamos sin pronunciar una sola palabra, dándonos la espalda. Con eso me basta.

Voy hacia la habitación del fondo, que es la que queda más cerca de la suya, y pego la oreja a la pared. He desarrollado un agudo sentido del oído. Sé que se ha quitado los zapatos, que se está desvistiendo, que está llevando la ropa a la lavadora y que vuelve para darse una ducha. Pone música. Después, oigo caer el agua durante mucho tiempo mientras la imagino con los ojos cerrados, dejándose empapar esperando que todo el desconsuelo que trae se vaya por el desagüe.

Y luego, el silencio. El mismo silencio que hay afuera, cada vez más profundo y envuelto en un aire más denso. A este lado, miedo e impotencia. Por Ella, por mí, por todos.

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